Otro año ha llegado y se ha ido la Navidad, esa época del año en el que todo lo bonito se vuelve más bonito, lo feo menos feo y lo que era una mierda… sigue siendo una mierda. Pero si algo caracteriza estas entrañables fiestas son sin duda los reencuentros.
El reencuentro con las películas lacrimógenas de Antena 3, que si durante el resto del año son algo empalagosas en navidad las recubren con capa extra de azúcar “glasé”. Señores de Antena 3 encargados de poner los filmes de la hora de la siesta en Navidad: estamos celebrando una fiesta, F-I-E-S-T-A, ¡Qué manía con hacernos llorar cual vírgenes marías desconsoladas! Que parece que en vez de celebrar que nace Jesús estemos celebrando su muerte, ahí, en plan gótico-macabro… [Un momento, esto también lo hacemos, ¿no?]
También nos reencontramos con la familia. Pero no la familia “de siempre” no, la familia lejana. Esos entrañables ancianos que no te reconocen por la calle el resto del año pero el día de nochebuena cuando los visitas para felicitarles las fiestas se afanan en cebarte comiendo polvorones y turrón a la hora de merendar. En el mismo grupo se encuentran las vecinas de escalera. Esa fauna inhóspita y poco estudiada que de manera silenciosa y casi siniestra acechan tras la mirilla, esperando el momento más oportuno para asaltarte y hacerte la cabeza un bombo con la excusa de felicitar las fiestas. Todos y todas las conocemos: son las señoras “rellenitas” y ligeramente malolientes; las habladoras con las Zapatillas Star* incrustadas a los pies; las adictas a la laca y gritonas…
Con los turrones y polvorones mencionados también nos volvemos a ver las caras… Después de una abusiva comida navideña en la que parece que vas a acabar arrojando jamón y queso por las orejas cual Fontana di Trevi en versión charcutera aparece la rebosante bandeja de dulces. La mera visión ya produce arcadas, pero tu no te dejas impresionar por tales bajezas propias de mortales, sino que aprietas un poco más y engulles salvajemente hasta que notas que el polvorón ha encontrado ese hueco desocupado entre el archiconocido jamón y el cordero asado.
Pero sin duda el reencuentro más temido es el que espera cada vez que abres la puerta del baño. Espera ahí quieto, latente, silencioso entre las sombras. Un suave escalofrío te sube por la espalda y eriza la pelusilla de la colleja, el típico sudor frío de las pelis se aloja en las axilas formando una sospechosa mancha oscura y un ligero amago de apretón provoca que sientas las repentinas ganas de sentarte en el trono…Entonces te armas de valor, está decidido, debes hacerlo. Cada paso significa el avance imparable hacia el horror, hasta que finalmente subes, te quedas quieto y los números empiezan a subir. ¡Mierda, 2 kg más!
Señoras y señores, este sin duda es el reencuentro más traumático después de la Navidad, y es que esa relación tan íntima solamente se puede dar con la báscula: la terrible confesora, guardiana de secretos insondables para la mayoría de la población femenina y parte de la masculina.
No nos engañemos, ya no cuela eso de “Como me he pasado estas navidades… Me pongo ya con la operación bikini…” No te jode, ahora será culpa de las navidades que estés así… Venga va, ¿Que pasa, que lo que has zampado el resto del año no cuenta? Un poquito de honestidad por favor…
Pero que no cunda el pánico, en el intento de perder algo de peso siempre nos quedará el dulce recuerdo de ese polvorón no deseado que acabamos tragando… ¡A ver si nos sirve de escarmiento para el año que viene!